A nivel argumental, la cinta trata a grandes rasgos sobre un marine paralítico que acepta una misión en el lejano planeta Pandora, donde la raza humana tiene grandes intereses debido a su abundancia en un extraño mineral que se vende a 20 millones de dólares el kilo.
Pandora es un planeta de vegetación exhuberante habitado por una raza de nativos autóctona de piel azulada y tres metros de alto que todavía cazan con arcos y flechas y organizados en una estructura tribal. Nuestro protagonista, usando una avanzada tecnología, se pondrá en la piel de uno de dichos nativos, un híbrido creado a partir de la mezcla de ADN humano y alienígena que puede controlar telepáticamente: un avatar. Con este avatar, deberá infiltrarse entre los nativos y aprender todo lo que pueda sobre ellos.
A partir de ahí, se desencadena el clásico conflicto entre la raza humana como malvada fuerza invasora, que arrasa todos los recursos a su paso, y la población autóctona. Nuestro protagonista, evidentemente, tendrá que acabar tomando partido por uno u otro bando en el eterno conflicto entre tecnología, naturaleza y progreso mal entendido.
Si con este pequeño resumen no os ha quedado claro por donde van los tiros, os describiré con una pequeña operación aritmética lo que ofrece “Avatar”:
